Así que han detenido a Assange, por un delito que sólo existe en Suecia, en el país que se las apañó para evitar la extradición de Pinochet. ¿Y nosotros? Bien, gracias.
Van ya unas cuantas filtraciones: Afganistán, Iraq y ahora el Cablegate. Y las que quedan.
Pero no son escandalosas por lo que descubren, si no por lo que confirman. Los mangoneos de EE.UU. en cualquier Estado, la corrupción en Marruecos, que Aznar es un iluminado salvapatrias, los crímenes en las invasiones de Irak y Afganistán. Todo ello nos lo olíamos, faltaba tener pruebas para separar lo cierto de las conspiranoias como el supuesto montaje del aterrizaje en la Luna. Ya tenemos las pruebas ¿Y ahora qué?
Porque de todos los escándalos que desvela Wikileaks, el mayor de todos es el esfuerzo por acallar. Coordinado entre múltiples gobiernos, a plena luz del día y sin ocultar nada. Poner a la Interpol a buscar a un tío por no usar condón, crear leyes ad hoc para cerrar la web, que Amazon deje de dar servicio, Paypal, Visa y MasterCard decidiendo por nosotros a quien le podemos dar nuestro dinero. Incluso hay quien se atreve a hablar abiertamente de asesinar.
Hablamos del final de los secretos pero no porque ya no puedan ocultarlos. Los poderosos han descubierto que no hace falta ¿Cúal ha sido la respuesta ante todos los secretos desvelados? Protestamos en Twitter, cambiamos nuestro avatar, compartimos en nuestras redes sociales los secretos que nos confirman los cables: nos indignamos sin movernos del sofá.
Si Internet y las redes sociales son una herramienta que empoderan a los ciudadanos, los son porque nos permiten organizarnos y movilizarnos. Pero si nuestra protesta se limita a un día sin Twitter o a borrar una cuenta de Paypal que reabriremos en unos días ¿Para qué se van a tomar la molestia guardar secretos?